Casas rurales Benicadell

La nevera

La nevera del Benicadell se sitúa a 1025 metros de altura, en el punto conocido como Alto de la Nevera, en el oeste de la cima del Benicadell y en la misma cresta, justo en la línea divisoria de los términos municipales de Beniatjar y Gaianes, y al mismo tiempo de las provincias de Valencia y Alicante.

El diámetro de la cava o pozo de nieve es de 10,20 metros y su profundidad de 7,90 mts, teniendo una capacidad de 640 m3, y permanece en relativo buen estado con un techo y ventanas rodeadas por plantas trepadoras.

Origen y usos:

La actividad de las cavas artificiales es conocida desde tiempo de los romanos. Su desarrollo tuvo lugar entre los siglos XVI y XIX, y han sido utilizadas hasta mediados del siglo XIX, cuando, con la aparición de los electrodomésticos, caen en desuso. Anteriormente la conservación de los alimentos se realizaba gracias a la salmuera, las conservas y el aprovechamiento de la nieve.

En la antigüedad clásica los médicos ya prescribían la utilización del frío con fines medicinales. Este uso se recuperó con fuerza en el Renacimiento. Además de las aplicaciones médicas y de conservación, existe la parte lúdica de consumo de alimentos fríos o helados, tanto sólidos como bebidas.

El Antiguo Reino de Valencia fue uno de los principales consumidores de hielo de España. A finales del siglo XVIII el libro “Libro de cuento y razón del arrendamiento de la nieve y naipes” nos permite evaluar la cantidad de nieve que llegaba a la ciudad de Valencia -2 millones de kilogramos-, aunque durante el transporte se perdía una cantidad no declarada.

Desde el puerto de Alicante se exportaba nieve a Ibiza y al norte de África. Entonces se daban una serie de factores que favorecían este consumo: una red de ciudades litorales con formas de vida elegantes, veranos calurosos, albuferas con enfermedades en la terapia de las cuales intervenía la utilización del frío.

Algunos autores han relacionado el consumo del frío con cierto nivel de desarrollo económico y cultural. Los usos terapéuticos más comunes del hielo han sido: rebajar la temperatura en los procesos febriles (los producidos por la epidemia del cólera), como calmante en casos de congestiones cerebrales (particularmente en la meningitis), para detener hemorragias y como antiinflamatorio o en los traumatismos, rasguños o fracturas.

La progresiva implantación de fábricas de hielo a partir de 1890 en varias ciudades fue dejando de lado la red de neveras artificiales y la producción del hielo aprovechando el clima. Hasta entonces, se aprovechaba un recurso natural (renovado anualmente) de forma sostenible, aunque dependiendo del clima, cosa que daba épocas de escasez de hielo frente a otros de grandes nevadas que llenaban las sierras de nieve y de jornaleros.

La producción del hielo:

Los trabajos en las cavas empezaban en primavera después de las últimas nevadas. Cortaban la nieve con palas y la llevaban a las cavas, donde la presionaban para convertirla en hielo. Al pisar la nieve, esta se compactaba con una doble finalidad: disminuir el volumen ocupado y conservarla más tiempo en forma de hielo. Después se cubría con tierra y ramas formando capas de un espesor homogéneo.

Ya en verano, se cortaban bloques de hielo que eran transportados a lomo de caballos o burros durante la noche, para evitar que se fundiera, hasta los puertos y núcleos urbanos más próximos donde eran comercializados. La dureza del trabajo debía ser impresionante, ya que los trabajadores de la nieve no disponían de abrigos ni calzado moderno para trabajar en condiciones de frío intenso acumulando la nieve en estos pozos.

Nuestros antepasados más viejos aún recuerdan ir a comprar barras de hielo para alimentar las primeras neveras domésticas. Con la aparición de los frigoríficos y la producción de hielo de forma industrial, se evitó la dependencia de la meteorología, quedando entonces obsoletos estos neveros o almacenes de nieve, así como las técnicas de recogida, almacenaje, extracción y transporte.

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